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4 septiembre 2011 7 04 /09 /septiembre /2011 19:28

Una de las características de los siete largos años del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha sido comprobar la instalación de la gilipollez como una categoría en las altas esferas de nuestra clase dirigente.

Una alta cota de esta deformación mórbida del intelecto han sido las declaraciones del propio interfecto en las que se ufanaba que la canciller alemana, Ángela Merkel, le felicitara por las medidas que su gobierno estaba tomando en nuestro país. No sabemos cuáles de ellas, pero nos las podemos imaginar.

Es decir, que romper el consenso constitucional del que tanto hemos alardeado, frenar cualquier ilusoria reconstrucción del mal llamado “estado de bienestar”, abandonar cualquier atisbo de ideología de izquierdas que pudiera estar atomizada en los restos de su actual praxis  neoliberal, ponerse en frente de los sindicatos y de los movimientos sociales del país, defraudar cualquier proximidad al programa electoral por el que fue elegido, todo, todo, no tiene importancia alguna,  si se recibe la felicitación de la “reina Ángela”.

Mandan huevos los gobernantes de este país y los dirigentes del PSOE.  Con un lenguaje inveraz e impenetrable, con unas claves de permanente engaño a la ciudadanía, hacen desistir de cualquier fe en la política. O por lo menos en la suya.

“Yo no mandé mis barcos a luchar contra los elementos” dijo Felipe II. El iluso electorado español no eligió a un presidente para que le zurza los zapatos a una reina extranjera.  La odiosa molécula socialdemócrata ha quedado en estado puro. El mundo no se ha acabado, pero el gobierno socialista, sí. La identidad de sus propuestas, sea la que sea ha quedado totalmente al descubierto. Da grima ver a los socialistas catalanes oponerse a los recortes de los convergentes y votar en el congreso, como una piña, por una reforma constitucional que las consagra. Esta es la precaria verdad. No tienen ideología, tienen, y viven, de intereses.

En esta ignominia, en este caldo de cultivo, la gilipollez ha resultado un valor. Este es su extremo efecto: los que vengan, lo harán peor.

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