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6 noviembre 2014 4 06 /11 /noviembre /2014 18:23

http://www.tribunalconstitucional.es/Lists/fotos/Undécima%20renovación%20del%20Tribunal%20Constitucional/3325%20%20-%20058-peq.jpgEl Tribunal Constitucional, tan alto como inexistente, se pliega en menos de un mes tres veces al dictado del Gobierno deslegitimado de turno. Sus recursos son ley, pronta, inmediata.

 

Cuando de consuno tardan meses y años en admitir un recurso o dictar una mixtura de ley, ahora se han reunido en menos de 24 horas, y hasta en domingo, para dar aquiescencia a una petición de “su” Gobierno.

 

Es fatal, Montesquieu, está definitivamente muerto y enterrado. Tronos, corrupciones y tarjetas en negro ofician el funeral.  En poco tiempo se han llenado de toda la certidumbre podrida de este estercolero en forma de Estado.

 

Falsamente severos, intangibles y vestidos de negro luto, sus togas, manguitos y puñetas se han puesto al servicio incondicional del crédito y del poder.

 

Le han dado una patada en los huevos a la democracia prohibiendo votar a catalanes y canarios sobre algo tan incuestionablemente sacro como las señas de identidad de un pueblo o el miedo al chapapote genuflexo de los corruptos de la industria y el horror ecológico.

 

Ya ha dejado de ser preceptivo confiar en la justicia. Ahora es un adobo del poder de las multinacionales, la banca y de los partidos financiados ilegalmente. Arguyen leguleyas razones, pero sus partes pudendas han quedado al descubierto.

El propio Montesquieu dijo: “Para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella.”

 

El Tribunal Constitucional, que tiene pendiente la admisión a trámite de una reforma de la mal llamada “ley de leyes”, hecha con agosticidad y alevosía, como es la del artículo 135, que antepone los intereses de la banca internacional a la soberanía nacional, ha demostrado que tiene de todo menos grandeza y que su apego a los partidos que los han nombrado está por encima de las gentes.

 

Los magistrados son poco más que estatuas, susceptibles de tropezar con el error y hacernos sufrir sus hechizos y sus ascos. Son efigies de esta mazmorra de país e instrumentos de un poder anclado en la basura.

 

 

Sus dictámenes son una blasfemia, un preservativo de la democracia. O, simplemente, un escándalo. 

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